El otro día quería bañar a Teo pero fue la primera vez que
lo vi ponerse furioso. Los pelos se le crisparon y los ojos le brillaron. –Tranquilo–le decía, traté de hacerlo entrar en razón –a mí al principio tampoco me gustaba, pero luego le vas encontrando la gracia. –Teo en lugar de relajarse me devolvió una mirada más encendida que acompaño de patadas y decididas muestras de escape.
Con todo ese alboroto, mi mamá vino y vio a Teo todo mojado y
malgeniado. Cogió una toalla y lo secó. Me dijo, –los gatos no les gusta que los bañen, ellos se
bañan solos. –Me dio risa porque no le conocía esa faceta
a Teo, Teo el penoso. Lo miré con picardía y le dije, –está bien, báñate cuando quieras. Además ya estás grande, te puedes bañar solo.
Saltó de los brazos de mamá y no se dejó ver sino hasta bien entrada la noche.
Saltó de los brazos de mamá y no se dejó ver sino hasta bien entrada la noche.